EL Príncipe Mala Suerte.
Había una vez un
Rey y una Reina que decidieron fundar una hermosa familia. Un día,
por fin, en las calles de la ciudad que rodeaban el castillo, se escucharon
las cornetas de fiesta y a un soldado que gritaba: ¡Ha nacido
el primer hijo del Rey! ¡Ha nacido el primer hijo del Rey!.
Esa misma noche, en la penumbra
de la habitación, el Rey se acercó a la cuna y le dijo
al niño: ¡Hijo mío, por ser mi primer hijo, heredarás
el poder de el Reino y tuya va a ser mi corona! La reina tomó
al bebé en brazos y lo acunó con una nana para que conciliara
el sueño. "Descansa niño, descansa... y sueña
con la esperanza..."
Cierto tiempo mas tarde en las
calles de la ciudad un soldado gritó: ¡Ha nacido el segundo
hijo del rey! ¡Ha nacido el segundo hijo del rey!.
"Hijo mío, por
ser mi segundo hijo heredarás el poder de la iglesia y serás
un gran obispo"... "Descansa niño, de descansa... y
sueña con la esperanza..."
¡Ha nacido el tercer
hijo del rey!...
El Rey, en la penumbra de la habitación
se acercó a la cuna y cabizbajo, con apenas un hilo de voz le
dijo: ¡Hijo mío, por ser mi tercer hijo... que tengas mucha
suerte!. Y esa noche no lo abrazaron los brazos de la Reina, ni la voz
de su madre lo acunó con ninguna nana. En cambio, un monstruo
terrible que solamente el veía, comenzó a remar la cuna,
mientras se reía con una carcajada sorda, que sólo él
podía oír.
El tercer hermano no era igual que los otros. Había nacido con
mala suerte, había nacido bajo el estigma de la de la desgracia.
A medida que fueron creciendo,
el estigma del tercer hermano se hacía más evidente. Si
algo se rompía en el castillo la culpa era del tercero. Si había
una pelea entre hermanos, la culpa era del tercero. Y el tercer hermano
acabó jugando apartado en la soledad de sus aposentos.
Pasado muchísimo tiempo, un día en las calles del pueblo
un soldado gritó: ¡Ha muerto el Rey! ¡Ha muerto el
Rey!
"Hermano... recuerdas
lo que dijo nuestro padre acerca de la corona. El poder del Reino es
mío y la corona me pertenece, así que márchate
que tú aquí no tienes nada."
"Eso. Eso. Por Dios,
márchate, que el poder de la iglesia es mío".
"Está bien, me pondré en camino. Adiós hermanos".
Y el príncipe se puso al hombro un palo del que colgaba una bolsa
con un pedazo de pan, y emprendió el camino. Estaba dispuesto
a encontrar un lugar donde cambiar su mala suerte y mejorar su destino.
El príncipe mala suerte viajó, viajó, y viajó.
Caminó por senderos polvorientos, escaló altas montañas
y allá donde llegaba siempre preguntaba lo mismo: "¡Aeh...
buena gente! ¿Es éste el lugar donde puedo cambiar mi
mala suerte?". "No, aquí no puedes quedarte. Continúa
tu camino". Y cada noche se le aparecía aquel monstruo terrible
que lo acompañaba desde su nacimiento.
Navegó por mares violentos
y caminó por playas pedregosas, y allá donde llegaba siempre
preguntaba lo mismo: "¡Aeh... buena gente! ¿Es éste
el lugar donde puedo cambiar mi mala suerte?". "No, aquí
no puedes quedarte. Continúa tu camino".
Hasta que por fin llegó
a una ciudad donde parecía que todo el mundo era feliz y no había
nadie que hubiera nacido con el estigma de la desgracia. !Buena gente!
¿Saben a dónde he de ir para cambiar la suerte que me
ha tocado?. ¿Cambiar tu propia suerte?. Yo se cómo puedes
cambiar tu suerte, lo único que tienes que hacer es quitarsela
a alguien que la tenga mejor que la tuya".
Y el príncipe mala suerte cometió el error de hacer caso
a aquella bruja, y a partir de entonces se convirtió en una especie
de pirata, en un ladrón de aquellos tiempos. Se convirtió
en un hombre que vivía del trabajo de los demás. De esa
manera, en muy poco tiempo su suerte comenzó a cambiar. Dispuso
de mucho dinero y con el se instaló en una isla desierta en la
que construyó un hermoso Castillo . Su fama de pirata fue creciendo
y los habitantes de las ciudades vecinas le temían y lo respetaban.
Por desgracia se respeta más a un pirata que a alguien que sólo
quiere cambiar la suerte que le ha tocado. El príncipe pirata
poseía riquezas pero seguía sin ser felíz. Por
la noche, en la soledad del castillo, aquel monstruo se le aparecía
con su carcajada como en la noche de su nacimiento y no lo dejaba conciliar
el sueño.
Un día el príncipe pirata arrivó a una playa aparentemente
desierta y allí encontró a una hermosa joven que leía
un libro, tumbada al sol en la arena. El príncipe se acercó
a ella y se asustó de su mirada serena. ¿No me tienes
miedo?- preguntó el pirata.
¿Por qué habría de tenerte miedo?
Por que te voy a secuestrar. Te voy a encerrar en mi castillo para que
seas sólo para mi.
Bueno, le dijo la princesa. Me podrás tener presa el tiempo que
necesites, pero escucha: que no me falte nunca un libro que leer, ni
una ventana donde asomarme a ver el mundo.
El príncipe pirata la encerró en la habitación
más alta de la torre, y allí se pasaba las mañanas,
las tardes, y las noches, leyendo libros nuevos que el pirata le traía.
Una noche de luna llena la princesa se asomó a la ventana para
descansar sus ojos, y vió al pirata sentado en las rocas donde
rompían las olas. De pronto observó por primera vez como
se le aparecía aquel monstruo terrible y le gritaba al oído.
La princesa, que tenía sabiduría por ser mujer y por leer
libros, se dió cuenta de lo que realmente sucedía. Y desde
la ventana comenzó a gritarle !Joven Príncipe!...!Joven
Principe¡. El pirata se sorprendió de que la muchacha supiera
que el realmente no era un pirata, sino un prícipe. La princesa
lo sabía por que todos y todas nacemos príncipes o princesas,
y son las circunstancias y los que nos rodean los que nos quitan o nos
ponen la corona. Y más tarde o más temprano aparece alguien
que consigue ver al principe o a la pricesa que somos, aunque vayamos
vestidos con ropas de piratas.
"!Joven Príncipe!!Que ese monstruo que se te aparece es
la cara de tu propia mala suerte! !La única manera de cambiar
la cara de tu suerte es diciendole cosas hermosas y tratándola
con cariño¡.
Y aquella noche, a la luz de la luna, con los pies apoyados en la roca,
el príncipe pirata gritó al abismo. Gritó como
no lo había hecho nunca.!Suerteeeee....que aunque seas feaaa...yo
te quieeeroooo!
Y diciendole cosas hermosas el pirata consiguió cambiar la cara
de sus suerte. Y cambió tanto y en tan poco tiempo , que el príncipe
y la princesa se...encontraron...y vivieron felices en el castillo.
Y colorín colorete, por la naríz me sale un cohete.