Carmelito y Sensionita”

A veces la poesía no está en los libros. En ocasiones se pasea por la realidad y te la encuentras de frente cuando menos lo esperas.

Cuentan que un hombre quiso escribir un poema que hablara de la belleza que se encuentra en el ser humano. Como no le venía la inspiración sentado en su mesa de trabajo, decidió salir a pasear calle arriba. Cuando llegó al parque vio en una esquina un rosal estallado de rosas de primavera. Cortó unas cuantas, pensando que puestas en un jarrón y mientras las contemplaba, lo visitaría la inspiración necesaria para hablar de la belleza que está dentro del ser humano.

Al regresar a casa se desvió y pasó por los muros altos que rodeaban la cárcel. Escuchó los gritos de los presos jugando a la pelota, matando el tiempo.”!Pásame la pelota! ¡Venga ya!. Y en un acto instintivo de ser humano o de poeta, el hombre cerró los ojos, apretó el ramo de rosas y tomando impulso las lanzó por encima del muro. Pasaron cinco...diez segundos, y en el patio de la cárcel se hizo el silencio más hermoso que un poeta haya escuchado. Entonces si, el hombre llegó a su casa y escribió esta anécdota que habla de la belleza que esta dentro del ser humano sea cual sea su condición.

El lugar en el que vivo no es hermoso. El paisaje es seco y desolado. El clima también es espantoso. Durante casi todo el año el viento sopla y estremece cuanto se encuentra a su paso. Sin embargo los habitantes en esas condiciones son hermosos por dentro, y a veces se destapan y te enseñan la poesía que les acompaña.

Carmelito y Sensionita viven en El Matorral. Él es maquinista en un pozo de agua salada. Tiene una moto alemana de color rojo que hace una nube de polvo al pasar en las carreteras de tierra, y es él quien se encarga siempre de hacer la compra o de arreglar algún papel, porque a Sensionita no le gusta la gente.

Sensionita tiene media fanegada de tomateros y un pañuelo negro amarrado a la cabeza haciendo juego con los espacios vacíos de los dientes. Por eso cuando se ríe se tapa la boca con la mano. No sabe leer ni escribir. Vive en un mundo pequeño lleno de inseguridad y miedo a lo que no conoce, y toda la felicidad a la que aspira llega con el ruido de la moto de Carmelo.
Los dos están solos. No tienen hijos, y en el Castillo dicen que tanto uno como otro le da a la botella.

Un día Sensionita comienza a sospechar que Carmelito se la está pegando con otra. Había indicios sospechosos. Carmelito, que rara vez se peinaba, ahora se hacía la raya a un lado. Ya la muda de ropa no le aguantaba los tres días reglamentarios, y hasta se ponía agua de colonia. Pronto encontró Sensionita la prueba definitiva del delito. En su chaqueta encontró una carta escrita a mano que olía a perfume de mujer.

A Sensionita aquel día le temblaban las manos. Su pequeño mundo se derrumba. Se miraba al espejo y comprendía que era razonable que Carmelo... su Carmelo, se enamorara de otra mujer, más joven que ella probablemente. Pero le daba rabia. Se sentía poca cosa.
Tenía la sensación de que las cosas en el mundo se movían de sitio sin pedirle permiso, y sobre todo, tenía la prueba del delito entre sus manos y ni siquiera sabía qué demonios decía aquel papel.

Con la rabia y el despecho, con aquella herida abierta en el orgullo, Sensionita se armó del valor suficiente para preguntar en el centro cultural del Castillo, que cómo se hacía para aprender a leer y escribir por la radio, que ella había escuchado que se podía hacer. Y le hablaron de radio E.C.A., que con hacer el intercambio una vez al mes era suficiente.
Así fue como en silencio, siempre a escondidas de Carmelito, Sensionita comenzó el milagroso proceso de aprender a leer y a escribir después de vieja. En poco tiempo sabía unir una letra con otra y formaba palabras, después aprendió a unir una palabra con otra y formó pensamientos completos.

Cuando por fin fue capaz de leer desde un punto asta otro sin tener que pararse, una noche, aprovechando que Carmelo estaba de guardia en el pozo, Sensionita sacó la carta escrita a mano que olía a perfume a la luz de la bombilla de la cocina, que era más clara, y en silencio y con las manos temblorosas comenzó a leer.

La carta decía:

“Cristiana, yo la quiero a usted más que a nada en este mundo, y si le he hecho esto no ha sido para hacerle daño, sino para que de una vez usted se pusiera a aprender a leer y a escribir.
Firmado :”Carmelito”.

A veces la poesía no esta en los libros. En ocasiones se pasea por la realidad y te la encuentras de frente cuando menos lo esperas.