Tenerife; una isla para todos
Erase una vez una Isla pequeñita y puntiaguda que vivía feliz rodeada de sus hermanas , flotando
en medio del Océano Atlántico.
Los habitantes de la Isla pequeñita también eran felices...
pero vivían mirando hacia el horizonte del mar.
Hubo un tiempo en el
que la Isla no tenía comida
para todos y muchos de sus hijos tuvieron que emigrar hacia otros
lugares. Algunos eligieron islas hermanas y otros tomaron rumbo a tierras lejanas en “vapores”
de aquellos tiempos, que también adelgazaban como los que usamos hoy
para perder peso.
Por
eso los habitantes vivían mirando hacia el horizonte del mar, Con
la esperanza de verlos aparecer en
cualquier momento, que es el bueno para el regreso de un hermano ausente.
Un
día en la Isla comenzó a soplar un viento fuerte que doblaba a los
árboles y llenaba los ojos de migajas de tierra.
Al principio los habitantes se asustaron un poco, pero se fueron
acostumbrando a él y lo empezaron a tratar como a un vecino más, que
es a lo que tienden los
Isleños con todo lo que viene de fuera sobre la superficie del agua.
A lo que viene bajo la superficie del mar, en esta y en otras islas,
por lo general tienden a darle cristiana sepuura.
Aquel viento al que los habitantes bautizaron Alisio probablemente
recordando con sarcasmo a su femenino en el País de las Maravillas,
por no sé qué cuento de las Afortunadas, llegó a soplar tan fuerte
que la Islita corrió el peligro de ser arrastrada por la corriente.
Fueron muchos los que se esforzaron en atarla con cadenas al
resto de las hermanas y a la península para que no navegara sin norte
y a la deriva.
Más pronto que tarde un técnico especialista en prototipos
para la navegación demostró
con cálculos matemáticos y fórmulas
algebraicas que si se procedía a la instalación de un enorme timón
en Los Silos y se utilizaba la altura del Teide a modo de mástil con velas, la isla
podría navegar con toda seguridad siempre que se tuviera en cuenta
la profundidad ecesaria para no encallar.